Viernes 23 de Enero de 2004
Amor por el simulacro
Escenificación de una pasión inextinguible, la segunda novela de Marras es un texto completamente inasible y difícil, aun cuando su dificultad es bastante hechiza y no desafía a nadie.
Camilo Marks
Sergio Marras, quien fuera director adjunto de la desaparecida revista "Apsi", es una personalidad multifacética, dotada de tantos rasgos expresivos, que es casi imposible enumerarlos. Como hombre de prensa, ha editado investigaciones y libros de entrevistas, entre los cuales sobresale América Latina, marca registrada (1992), conjunto de extensos diálogos con importantes autores del continente. Además, es cineasta, artista de técnicas mixtas y, sobre todo, dramaturgo, con obras como Macías, ensayo general sobre el poder y la gloria (1984) o Sauna (2001). Las ganas locas (1990) fue su primera novela y pareció que iba por buen camino, porque era una ficción interesante y de un tono político adecuado a esos tiempos. Por qué lloran los hombres es el segundo intento novelesco de Marras y sobre él no puede decirse lo mismo que del anterior relato. Tal vez su título sea una broma, una tomadura de pelo, un ejercicio en la oscuridad y entendiéndolo así, logremos penetrar en una crónica donde se rechaza cualquiera posibilidad de sentido.
¿Cómo podría comprenderse el siguiente párrafo?: Las palabras compromiso e identidad en la creación artística habían sido recreadas en una saturada ideologización de las cosas y no de necesidades conceptuales reales, las que finalmente terminaron deificadas por aquella nueva tribu de los estudiosos de lo humano que recién entonces se asomaba a la órbita de unas pretendidas y pretenciosas ciencias: los politólogos, los sociólogos, los economistas. El Estado podía tener así artistas, hermeneutas de la percepción de lo real-oficial. Y éste no es un fragmento escogido por la poca claridad, sino, explícitamente, gracias a su relativa transparencia.
Algo similar puede aplicarse al diálogo que sigue:
- Esa sí que es fábula (se refiere al cuento de Borges sobre los cartógrafos). Creo que cuando la leí me decidí a ser actriz, a representar lo que cayera en mis manos. Simular es
fascinante, Simón. Por eso me encanta hacerte creer que te quiero para al rato demostrarte exactamente lo contrario, contestó suavemente Candela.
- No seas majadera. Tú me amas. Lo que pasa es que tu amor por el simulacro es superior. Cuando salgamos de aquí tu amor por mí lo tendrás muy nítido.
- Quizás, quién sabe, tal vez, dijo ella mientras se vestía de vieja y corría unas sillas.
- Sabes, Jean Baudrillard escribió sobre el simulacro, dijo Simón. Y él, en algunos de sus escritos, sacó a colación la fábula de la que hablábamos. Y si bien reconoce su belleza, encuentra que representa un simulacro de segundo orden...
Desde luego, nadie habla de esa manera, ni aún perteneciendo al Teatro del Gallo del Ojo Único, supuesta metáfora de la capital chilena, ni aunque esté, una y otra vez, citando a Rougemont, Calvino, Nietzsche, etc. Como fuere, un escritor, bueno o malo, tiene el deber de hacernos inteligible su trabajo, incluso en situaciones, encuentros, pasajes tan tirados de las mechas y dejando de lado la constante mezcla entre lo relamido y lo obvio, al estilo de: Nunca he visto un águila mamando. Le arrancaría las tetas a su madre; Las fuerzas se equilibran cuando se anulan entre sí; Se tendieron desnudos sobre las planchas metálicas que cubrían el suelo del escenario como yace un lomo vetado sobre los azulejos del mesón de una carnicería.
Por qué... se nos presenta como la historia de amor de Simón y Candela, una suerte de escenificación posmoderna de la pasión inextinguible. La idea podría ser buena, si bien poco original como único tema. En verdad, Por qué... es un texto completamente inasible, inabordable y difícil, aun cuando su dificultad es bastante hechiza y no desafía a nadie.
Sin duda, Marras posee cultura y conocimientos, así como cierta ansiedad por demostrarlos, lo cual es legítimo y, en ocasiones, provechoso. Quizá los tópicos de Por qué... se prestaban más para un ensayo, quizá para un drama. En todo caso, su reiteración en el género novelístico exhibe una falta total de conciencia narrativa.
Sergio Marras
(Santiago, 1950) recibió en 1990 el premio Abril en el Festival de La Habana por su cortometraje Los niños de septiembre. En 1996 fue galardonado con el Premio Consejo Nacional del Libro por la obra Edad Media. Entre otras actividades, Marras ha publicado libros de entrevistas (Confesiones, Palabra de soldado); teatro (La lagartija en la muralla) y la Carta apócrifa de Pinochet a un psiquiatra chileno.
Por qué lloran los hombres
Sergio Marras.
Cuarto Propio, Santiago, 2003, 153 páginas.
Precio de referencia
$6.000.